VENTANA DE FORMACIÓN 46. ABRIL 2021

Señor , Piedad.

Estrella, Luz.

La Veneración a Nuestro Padre Jesús de la Piedad y a María Santísima de la Estrella, que tuvo lugar el fin de semana del 26 al 28 de marzo, ha sido el momento más emotivo de nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad, en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Nuestra Señora del Rosario  y Santo Domingo de Guzmán. El Domingo de Ramos anocheció un año más sin la presencia de nuestros Sagrados Titulares, Nuestro Padre Jesús de la Piedad y María Santísima de la Estrella, en las calles de nuestro querido Jaén, que no entre nuestros corazones que pudieron estar a pocos centímetros de Ellos en la necesaria y acertada veneración que aliviara nuestra Fe. Un año más la pandemia nos ha privado de la cita anual de Jesús y María con sus devotos. Con la esperanza puesta dentro de 365 días, en una nueva Semana Santa y una vacunación total que logre erradicar este SARS COV-2, la Vocalía de Formación, acude, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año.

SIGNIFICADOS
Se puede decir que todo comenzó en Jerusalén. Tras la toma de la ciudad por los cristianos en la Primera Cruzada, la Ciudad Santa formó parte del Reino Cristiano de Jerusalén. Con el tiempo, las órdenes religiosas van asentándose en la ciudad. La orden franciscana para frailes, fundada por San Francisco de Asís en 1209, la conocida como Primera Orden, tomó un gran protagonismo. La Orden de Frailes Menores (Ordo Fratum Minorum, O.F.M.), es la rama más numerosa de la Primera Orden. Esta O.F.M. fue y es la encargada de la conocida como Custodia de Tierra Santa (Custodia Terrae Sanctae), que en realidad es una Provincia de la orden franciscana, de entre las que se divide territorialmente la orden. Francisco de Asís viajó a Oriente tras las huellas de Jesús, pero no pudo visitar los Santos Lugares. Los franciscanos consideraron Tierra Santa como lugar emblemático, siguiendo el espíritu de San Francisco, y cuando se instituyeron las “provincias” en la orden, siguiendo la voluntad del santo, no se olvidaron de la querencia de Francisco y, como en Palestina no pudieron extenderse por territorios de fe musulmana, se redujeron a entidades más pequeñas llamadas custodias. En Tierra Santa permanecen las custodias desde el siglo XIII (1263), donde a los franciscanos se les concedió el cargo de iglesias y la recepción de peregrinos, e incluso de actividades docentes y de investigación arqueológica. Como custodias más emblemáticas, los franciscanos aún regentan el cenáculo de Monte Sión y la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén.
Pues bien, una vez en los Santos Lugares, los franciscanos tomaron la costumbre de realizar en las fechas de Semana Santa un viacrucis (camino de la cruz, en latín), que rememorara el camino por la Vía Dolorosa de Jesús hasta el Gólgota. La Vía Dolorosa es la calle de Jerusalén que tradicionalmente se considera el itinerario de Jesús con la cruz camino de su crucifixión, partiendo de la Iglesia del Santo Sepulcro. Este viacrucis que realizaban los franciscanos desde el siglo XIV, recorría la Puerta de los Leones, La Fortaleza Antonia y llegaba al Gólgota en 15 estaciones. Recordemos que el Vía Crucis originado en Jerusalén es una consecuencia natural e inmediata de la Pasión de Cristo (según una tradición documentada en el siglo V, se nos presenta la Santísima Virgen recorriendo cada día los sitios donde su Divino Hijo había sufrido y derramado la sangre; en los lugares señalados se detenía, evocaba a la vez el recuerdo dulce y amargo, besaba el suelo y oraba. Hasta el siglo X no se suele indicar división en paradas y hasta el siglo XIII no se determina el recorrido exacto por el que caminó por las calles de la ciudad llevando la Cruz). Así, ciertos lugares de la Vía Dolorosa fueron reverentemente marcados desde los primeros siglos de la era cristiana. Como ya se ha visto, fueron los franciscanos los primeros en establecer en los siglos XII y XIII las escenas o estaciones. Las primeras que toman cuerpo son las del Pretorio o Ecce Homo (que es la que más nos interesa por la iconografía de Nuestro Padre Jesús de la Piedad), el consuelo de las mujeres piadosas o Nolite flere, el encuentro con su Madre o Pasmo de la Virgen y la del Cirineo. Entonces ya desde el siglo XII los peregrinos describen la “Vía Sacra”, como una ruta por la que pasaban recordando la Pasión. Además, estos frailes franciscanos, tomaron la costumbre, como ya se ha indicado, de realizar este viacrucis en las fechas de Semana Santa, sin duda, puede ser el antecedente más antiguo y precedente de nuestras procesiones.

EVANGELIOS DEL MES DE ABRIL
PRIMER DOMINGO: Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero
El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida. María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida.

SEGUNDO DOMINGO: Lectura del santo evangelio según san Juan 20, 19-31: ¡Señor mío! La resurrección se cree, no se prueba
Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, «dan que pensar» en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. El «soplo» sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. La figura de Tomás es solamente una actitud de «antiresurrección»; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva. Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres, diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

TERCER DOMINGO: Lectura del santo evangelio según San Lucas (24,35-48): Una nueva experiencia con el Resucitado
La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible.

Esta forma simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos les fascina, pero no para concebirlas en términos de fantasía sobre la resurrección, sino para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.
No podemos olvidar que las apariciones pertenecen al mundo de lo divino, no al de las realidades terrestres. El texto tiene mucho cuidado de decir que Jesús es el mismo, pero su vida tiene otra corporeidad; no la de un fantasma, sino la de quien está por encima de la “carne y la sangre”.
Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran.

CUARTO DOMINGO: Lectura del santo evangelio según San Juan (10,1-10). Yo he venido para que tengan vida en plenitud
El evangelio de Juan (10,1-10), nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático -al menos para los oyentes-, aunque es un texto bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Es una especie de introducción para las propuestas cristológicas de Juan. Esas afirmaciones, con toda su carga teológica, se expresan con el lenguaje de la revelación bíblica, con el «yo soy», que en el evangelio de Juan son de gran alcance teológico.

Ahora, Jesús, el Señor, según lo entiende san Juan, no tiene recato en establecer la concreción de quién y de lo que siente. Y de la misma manera que se ha presentado en otros momentos como la verdad, la vida, la resurrección, la luz, ahora se nos presenta con la imagen del pastor, cuya tradición es proverbial, como nos muestra el hermoso Salmo 23. Si en este salmo se dice que “el Señor es mi pastor, nada me falta”. Jesús, pues, es el que trae lo que nos hace falta para la vida. El salmo 23 es un poema de confianza; por tanto, las palabras de revelación del evangelio de hoy hablan a favor de una revelación para la confianza de los que le oyen y le siguen. Jesús en este evangelio se propone, como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia.

Un fraternal saludo en el Señor. Cuidaos al máximo.

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