VENTANA DE FORMACIÓN 80. NOVIEMBRE 2024
Señor de la Piedad, recuerda en tu infinita misericordia a los que de este mundo han sido y ya contemplan tu rostro, acógelos…
Estrella, ten en tu límpida mirada, la presencia de los que de este mundo han sido y ayúdales en el paraíso….
Desde la Vocalía de Formación, volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año. Nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad, en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, en esta ocasión, recuerda el mes de noviembre las fechas en las que tendremos un especial recuerdo a todos aquellos seres queridos que ya no se encuentran entre nosotros pero siempre estarán en nuestros corazones. Rogando a nuestros titulares por el alma de todos nuestros cofrades fallecidos, un gran momento para poner en práctica nuestra devoción a la Virgen, será el Solemne Triduo en su honor en honor a María Santísima de la Estrella que tendrá lugar del viernes 15 al domingo 17 de noviembre en la Iglesia Conventual de la Purísima Concepción.
SIGNIFICADOS:
El necesario repaso a la liturgia, que iniciamos hace ya unas cuantas ventanas de formación atrás, continúa este mes con el culto a las reliquias. Un aspecto fundamental de la religiosidad popular es, sin duda, la veneración a las reliquias de los santos, que fueron un elemento imprescindible y causa de los movimientos de peregrinación. Verdaderas o falsas, las reliquias fundamentan en todos los fieles una de las más firmes creencias de todas las épocas. Recuerdo y rasgos del favor divino que los santos gozaron en vida, sus restos corporales y objetos de uso cotidiano tienen para cualquier fiel un poder de realizar prodigios y milagros. De ahí deriva también la importancia de su posesión, que desató en época medieval una verdadera fiebre por las reliquias en las que los factores políticos y económicos tuvieron gran importancia. De acuerdo con el Concilio Vaticano II, «la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas».
Pero dentro de las reliquias existen categorías. En primer lugar, las reliquias más apreciadas son las que se relacionan con Cristo, destacando las de la Vera Cruz (el Lignum Crucis o madera de la Cruz), al igual que el sudario y clavos de su pasión. De las reliquias de los santos destaca en primer lugar el cuerpo (o partes notables del mismo). También se veneran objetos que pertenecieron a los santos: utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas… Así pues, las reliquias pueden ser de tres categorías: Las reliquias de primer grado: tomadas del cuerpo del bienaventurado; las reliquias de segundo grado: objetos relacionados con los instrumentos de su martirio o que pertenecieron y fueron usados en vida; las reliquias de tercer grado: cualquier objeto tocado a una reliquia de primer grado o a la tumba del santo. Las reliquias de primer grado, a su vez, se dividen en tres clases: Las reliquias insignes: el cuerpo entero o una parte completa de él (el cráneo, una mano, una pierna, un brazo), como también algún órgano; Las reliquias notables: partes importantes del cuerpo pero sin constituir un miembro entero (la cabeza del fémur, una vértebra); Las reliquias mínimas (huesecillos o astillas de hueso).
La costumbre de poner reliquias de santos en el altar mayor viene de antiguo. Hoy en día se prevé que el altar sea consagrado por el obispo y se confirma la validez de colocar bajo el altar, que se va a dedicar, reliquias de los santos, aunque no sean mártires. Ahora bien, una correcta pastoral sobre el tema exige cumplir varias condiciones: asegurar su autenticidad, (en caso de duda razonable sobre su autenticidad deben, prudentemente, retirarse de la veneración de los fieles), impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, de forma que se falte el respeto debido al cuerpo, advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias (vigilar para que se evite todo fraude, comercio y degeneración supersticiosa).
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtica fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los santos sobre la mesa del altar: esta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires. En resumen, «La Iglesia promueve el culto verdadero y auténtico de los santos, con cuyo ejemplo se edifican los fieles, y con cuya intercesión son protegidos. Debe observarse la antigua tradición de colocar bajo el altar fijo reliquias de mártires o de otros santos, según las normas litúrgicas».
EVANGELIOS DEL MES DE NOVIEMBRE
En el primer domingo de noviembre nos adentraremos en la lectura del Evangelio de: Marcos (12,28-34): Dios quiere ser amado en los hermanos
El evangelio nos presenta al escriba que quiere profundizar de lleno en la Torah, la ley del judaísmo. El alcance de esta discusión y la pregunta del escriba (¡insólita!) ponen en evidencia muchas cosas del judaísmo que también nos afecta a nosotros. Lo primero que salta a la vista es que el segundo mandamiento no le va a la zaga al primero, que pone el acento en el amor de Dios. El escriba, en verdad, no pretendía poner una trampa a Jesús como querían los saduceos, un momento antes, a propósito de la resurrección. Pero en su búsqueda de aclaración se ha quedado una cosa clara: el amor a Dios y el amor al prójimo no tiene “esencias” distintas. El amor es de un “peso” extraordinario. Es un amor de calidad que tiene que ser el mismo para Dios y para los hombres, aunque los mandamientos se enumeren en primero y segundo. Esta sería la ruptura que Jesús quiere hacer con la discusión de los letrados sobre el primero o el segundo, sobre si el prójimo son los de “mi pueblo” o no.
Porque no hay dos tipos de amor, uno para Dios y otro para el prójimo, sino que con el mismo amor amamos a Dios y a los hombres. Diríamos que son inseparables, porque el Dios de Jesús, el Padre, no quiere ser amado El, como si fuera un ser absoluto y solitario. Así resuelve Jesús la gran pregunta del escriba, de una manera profética e inaudita. Lo que el evangelio de hoy quiere poner de manifiesto es que el amor a Dios debe también ser amor a los hombres.
El evangelio que nos ocupa este segundo Domingo, día del Señor, es el Marcos (12,36-44): La religión sin fe, no es verdadera
Marcos, antes del discurso escatológico y de la pasión, nos ofrece una escena que está cargada de simbolismo. Jesús, en el Templo, está mirando a las personas que llegan para dar culto a Dios. A Jerusalén llegaban peregrinos de todo el mundo; judíos piadosos, pudientes, de la cuenca del Mediterráneo, que contribuían a la grandeza de Jerusalén, de su templo y del culto majestuoso que allí se ofrecía. Siempre se ha pensado que el culto debe ser impresionante e imperecedero.
¿Está Jesús a favor o en contra del culto? Esta pregunta puede parecer hoy capciosa, pero la verdad es que debemos responder con inteligencia y sabiduría. ¡No! ¡No está Jesús contra el culto como expresión o manifestación de la religión! Pero también es verdad que no hace del culto en el templo un paradigma irrenunciable. Jesús respeta y analiza… y saca las consecuencias de todo ello. No dice a la mujer que se vaya a su casa… porque todo aquello es mentira. No era mentira lo que ella vivía, sino lo que vivían los “prestigiosos” de la religión que no eran capaces de ver y observar lo que él hizo aquella mañana y enseñó a los suyos con una lección de verdadera religión y culto.
Lo interesante es la “mirada” de Jesús para distraer la atención de todo el atosigamiento del templo, del culto, de los vendedores, de lo arrogantes escribas que buscan allí su papel. Esa mirada de Jesús va más allá de una religión vacía y sin sentido; va más allá de un culto sin corazón, o de una religión sin fe, que es tan frecuente.
Esa es, pues, la interpretación que Jesús le hace a sus discípulos. Los demás echan de lo que les sobra, pero la vida se la reservan para ellos; la viuda pobre entrega en aquellas monedas su vida misma. Ese es el verdadero culto a Dios en el templo de la vida, en el servicio a los demás. Una religión, sin fe, es un peligro que siempre nos acecha… que tiene muchos adeptos, a semejanza de los escribas que buscan y explotan a los débiles, precisamente por una religión mal vivida e interpretada. Jesús ha leído la vida de aquella pobre mujer, y desde esa vida en unas pocas monedas, ha dejado que lleve adelante su religión, porque estaba impregnada de fe en Dios.
Nos acercaremos al tercer domingo del mes con la lectura de Evangelio: Marcos (13,24-32): La historia se transforma, no se aniquila
El evangelio de hoy forma parte del discurso apocalíptico de Marcos con que se cierra la actividad de Jesús, antes de entrar en la pasión. Es propio de la liturgia con la que culmina el año litúrgico usar esos textos apocalípticos que plantean las cuestiones finales, escatológicas, del mundo y de la historia. Jesús no fue muy dado a hablar de esta forma, pero en la cultura de la época se planteaban estos asuntos. Por ello le preguntan sobre el día y la hora en que ha de terminar este mundo. Jesús –según Marcos-, no lo sabe, no lo dice, simplemente se recurre al lenguaje simbólico de los apocalípticos para hablar de la vigilancia, de estar alertas, y de mirar “los signos de los tiempos”. No podemos negar que aquí hay “palabras” de Jesús, pero hoy se reconoce que la comunidad primitiva, algunos círculos de profetas-apocalípticos, cultivaron estos dichos de Jesús y los acomodaron a su modo de vivir en una itinerancia constante y en la adversidad y el rechazo de su mensaje de Dios.
Los signos de los tiempos siempre han sido un criterio profético de discernimiento de cómo vivir y de qué esperar. ¿Por qué? Porque los profetas pensaban que Dios no había abandonado la historia a una suerte dualista donde la maldad podría imponerse sobre su proyecto de creación, de salvación o liberación. Pero los signos de los tiempos hay que saberlos interpretar. Es decir, hay que saber ver la mano de Dios en medio del mundo, en nuestra vida personal y en la de los demás. La historia se “transforma” así, no acaba ni tiene por qué acabar de buenas a primeras con una catástrofe mundial. Y Dios interviene en la historia “por nosotros” y nunca “contra nosotros”. De la misma manera que el anuncio del “reino de Dios” por parte de Jesús -su mensaje fundamental-, es una convicción de su providencia y de su fidelidad a los hombres que hacen la historia.
Nos acercaremos al cuarto domingo del mes con la lectura de Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús
El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.
El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico y no es histórico a la vez. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta. En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e inhumanas.
Al final de toda esta escena, el verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios. El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.
Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.
Un fraternal saludo en el Señor.