VENTANA DE FORMACIÓN 83. FEBRERO 2025

Señor de la Piedad, que en el Nuevo Año que comienza, tengas Piedad de todos nosotros, como tu Santo Nombre nos recuerda, Jesús, Rey, Hombre y Dios.

Estrella, que en el Nuevo Año que comienza, seas nuestra guía en el mar oscuro de la vida, como tu Santo Nombre nos recuerda, Estrella del Mar, del Cielo y de nuestras vidas.

Desde la Vocalía de Formación, volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año. En esta ocasión comenzamos con un gran agujero de vacío en nuestra alma. Desde el pasado 11 de enero, tras la Eucaristía de despedida en la Iglesia Conventual de la Purísima Concepción, María Santísima de la Estrella fue retirada del culto para ser sometida a trabajos de limpieza y conservación en el taller de escultura e imaginería de Antonio Bernal Redondo y Carmen Isabel Bernal Humanes, en la ciudad de Córdoba, donde ya está. Nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad, en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán continúa su habitual devenir, sin dejar de mirar de reojo a tierras cordobesas.

El próximo 1 de febrero se celebrará la Misa de Hermandad, a las 19:30 h, en la Iglesia de la Concepción, esta vez desamparada de la Estrella que a todos nos guía. Sin solución de continuidad, el próximo 2 de febrero, a las 12:00 h, tendrá lugar el III Concierto Benéfico Piedad y Estrella, en el jaenero Teatro Infanta Leonor, que contará con la presencia de La Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Pasión, de Linares, y la Agrupación Musical Nuestro Padre Jesús de la Piedad, La Estrella, nuestra querida agrupación.

Ambas citas ineludibles, cuanto más, cuando ya en el horizonte queda la próxima Cuaresma, aún lejana, pero no tanto. Os esperamos a todos los hermanos de la Estrella en estos día de nerviosa espera…

SIGNIFICADOS:

Nuestro viaje por la Liturgia, va a continuar este mes, pues seguimos hablando de:

LAS FERIAS PRIVILEGIADAS

En este recorrido que estamos haciendo sobre el tiempo litúrgico, enmarcado en la Liturgia, dentro de los días feriales hay una jerarquía en la cual el Miércoles de Ceniza y las ferias de Semana Santa—de lunes a jueves hasta el comienzo del Triduo Pascual, —tienen preferencia sobre cualquier otra celebración.

En Adviento, las ferias de la última semana, desde el 17 hasta el 24 de diciembre, tienen preferencia sobre las memorias obligatorias y se las llama «ferias privilegiadas». Estas ferias tienen la finalidad de prepararnos más intensa y directamente a la Navidad. La Liturgia de estos días, en sus textos, nos va disponiendo para acoger al Hijo de Dios hecho hombre. Dentro de la Liturgia de las Horas, las Vísperas de estas ferias tienen una especial importancia, merced a las antífonas mayores, llamadas también de la «O», que junto al Magníficat de cada día pasan revista a los diversos títulos de Cristo, referentes a su naturaleza divina y humana o a su misión salvífica. En estas «ferias privilegiadas», que constituyen como una «Semana Santa de Navidad» meditamos sobre la Expectación de la primera Venida del Señor.

Durante esa semana, en la Misa solo se puede tomar la oración colecta del Santo, omitiendo la del día, puesto que no se permite pronunciar más de una colecta. El resto de las oraciones serán las del día propio que figura en el Misal. Todo esto vale solamente para las memorias del Calendario General. Así pues, el 17 de diciembre comienza una semana peculiar con las ferias privilegiadas de Adviento. En la Liturgia llegado ese día, las ferias privilegiadas de Adviento tiene misa propia para cada día. Uno de los días de esa semana será domingo: entonces se sigue la misa del domingo cuarto de Adviento.

También son ferias privilegiadas todas las de Cuaresma y las ferias de la octava de Navidad, que tienen su propio formulario, al igual que todas las del tiempo de Navidad. Los ocho primeros días del tiempo pascual constituyen la octava de Pascua, y se celebran como solemnidades del Señor.

Resumiendo:

a) El Miércoles de Ceniza y los días de la Semana Santa a partir del Lunes Santo hasta el Jueves Santo, inclusive, tienen preferencia sobre cualquier otra celebración.

b) Las ferias del Adviento, del 17 al 24 de diciembre, inclusive, y todas las ferias de Cuaresma tienen preferencia sobre cualquier memoria obligatoria.

c) Las demás ferias ceden el lugar a todas las solemnidades y fiestas y se combinan con las memorias.

EVANGELIOS DEL MES DE FEBRERO

El evangelio que nos ocupa este primer Domingo, Evangelio (Lucas 2,22-40): Luz de todos los corazones

Estamos ante una verdadera obra maestra de la teología de Lucas. Queremos resaltar que narrativamente es un texto evangélico con un mensaje que va mucho más allá del hecho histórico de la presentación de un recién nacido para cumplir la ley de Moisés. Se ha de tener en cuenta que no era necesario que el niño fuera llevado al templo para cumplir con el precepto de esa ley de la purificación de la madre, porque lo de la presentación del niño no era algo requerido por la ley de Moisés. Se quiere, pues, mostrar que los padres de Jesús se atienen en todo a esa ley,y pretenden «consagrarlo al Señor». Lo importante era poner de manifiesto que los padres de Jesús querían incardinar a su hijo a todo aquello que era considerado como una vida de fidelidad a Dios cumpliendo ciertos preceptos.

Los padres que viven de esa fidelidad se van a encontrar, de pronto, con personajes que viven y sienten al margen de esos preceptos. Son el viejo Simeón y la profetisa Ana, quienes con su mensaje van a poner en entredicho todo lo que manda la ley y exige la tradición. Porque no basta con eso para ser fieles a Dios. Y esta es una lección «teológica» que sus padres aprenden con admiración y con la misma fidelidad con que intentaban ser fieles a la tradición y a la religión de su pueblo. No son los sacerdotes los que acogen a Jesús en este momento en que es llevado al templo, sino dos personajes que nada tienen que ver con la ceremonia que se realiza. La salvación no llegará por la ley, sino por el Espíritu de Dios. Cuando los padres van a consagrar al niño a Dios, es Simeón quien aparece para «arrebatar» al niño de las manos maternas y presentarlo él con su «palabra» y con su canto, bendiciendo a Dios. No debemos pasar por alto este detalle, con toda su significación.

Jesús no ha venido solamente para salvar al pueblo de Israel, sino a todos los hombres. Es una salvación que ilumina a todos los pueblos. Ese carácter universalista de la salvación es, debe ser, central en el mensaje de esta fiesta.

El papel de Ana, la profetisa, no es tampoco un adorno narrativo, aunque no está falto de estética teológica. Viene en apoyo de lo que Simeón anuncia. No olvidemos que es una «profetisa», que está día y noche en el templo. El templo como lugar de la presencia de Dios, de los sacrificios y peregrinaciones.

Ahora a esta mujer –debemos resaltar lo de ser mujer–, se le enciende el alma y el corazón de una forma profética para proclamar la liberación (el rescate) de Jerusalén o de Israel, el pueblo de Dios. Ya no es simplemente la mujer que en silencio ora y asiste a las ceremonias sagradas, sino que rompe muchos silencios de siglos, con la llegada de este niño al templo.

El evangelio  que nos ocupa este segundo Domingo, día del Señor, es el Evangelio: Lucas (5,1-11): La palabra de Dios que cambia la vida de los hombres

El evangelio nos relata la vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas. Los inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora, casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida y anunciarles la salvación de Dios.

Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, tengan que dejar de ser pescadores, para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar, por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas. Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.

La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el mundo.  Se nos propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos…y todo cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo… y seremos profetas, y seremos pescadores.

La lectura del evangelio del tercer domingo nos lo va a acercar el mismo evangelista. Evangelio: Lucas (6,20-26): Las opciones del Reino

Hoy la liturgia, y muy concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de la llanura, cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.

Jesús hablaba, casi como las escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre se trata de quien no tiene alimento, casa y libertad y es el que apela a Dios como único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy. Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.

Y las bienaventuranzas de Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el amor.

Nos acercaremos al cuarto domingo del mes con la lectura de Evangelio (Lucas 6,27-38): Evangelio frente a violencia

Se ha dicho que la «regla de oro» es como el elemento práctico que encadena estos dichos, aunque no sea lo más original ya que tiene buenas raíces judías: no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti. Lucas, no obstante, propondrá como fuerza determinante el «sed misericordiosos como Dios es misericordioso». Algunos especialistas intuyen que estas palabras eran como catecismo de los profetas itinerantes. No es el momento de discusiones intrincadas para reconstruir el tenor original de las palabras, de Jesús, tal como fueron vividas e interpretadas en los dos primeros siglos. Desde luego aquí se refleja mucho de lo que Jesús pedía a quien le seguía. Su mensaje del reino de Dios implicaba renuncia al odio, a la violencia y a todo lo que Dios no acepta.

Se trata, junto con las bienaventuranzas, del centro del mensaje evangélico en su identidad más absolutamente cristiana, en exigencia más radical, en cuanto expresa lo que es la raíz del evangelio. Y la raíz es aquello que da vida a una planta. Frecuentemente, cuando se habla de radical se piensa en lo que es muy difícil o heroico. Si fuera así el cristianismo, entonces estaríamos llamados casi todos a una experiencia de fracaso. Por el contrario, en las exigencias radicales y utópicas del sermón es cuando el cristiano sabe y experimenta qué camino ha elegido verdaderamente. Y no es lo importante la dificultad de llevar todo esto a la praxis, sino saber identificarse con el proyecto de Jesús, que es el proyecto de Dios.

Por eso mismo, el amor, incluso a los enemigos; el renunciar a la violencia cuando existen razones subjetivas e incluso objetivas para tomar disposiciones de ese tipo es una forma de poner de manifiesto que el proyecto de evangelio se enraíza en algo fundamental. Nadie ha podido proponer algo tan utópico, tan desmesurado, como lo que Jesús les propone a hombres y mujeres que tenían razones para odiar y para emprender un camino de violencia. La sociedad estaba dominada por el Imperio de Roma, y unas cuantas familias se apoyaban en ello para dominar entre el pueblo. La pobreza era una situación de hecho; las leyes se imponían en razón de fuerzas misteriosas y poderosas, de tradiciones, de castas y grupos. El mensaje de Jesús no debería haber sido precisamente de amor y perdón, sino de revolución violenta. Y no es que Jesús no pretendiera una verdadera revolución; su mensaje sobre el reino de Dios podía sonar en tonos de violencia para muchos. Pero, ¿cómo es posible que Jesús pida a las gentes que amen a los enemigos? Porque el Reino se apoya en la revolución del amor; así es como el amor del Reino no es romanticismo; así es como el Reino es radical; así es como el evangelio no es una ideología del momento, sino mensaje que perdura hasta nuestros días. Jesús quería algo impresionante, y no precisamente irrealizable a pesar de la condición humana. Es posible que durante mucho tiempo se haya pensado que la práctica del sermón de la montaña o del llano no es posible llevarla a cabo en este mundo y se considere que su utopía nos excusa de realizarlo. Pero utopía no quiere decir irrealizable, quiere decir que está fuera de la forma común en que nos comportamos los hombres.

El amor a los enemigos y la renuncia a la violencia para hacer justicia es lo que Dios hace día y noche con nosotros. Por eso Dios no tiene enemigos, porque ama sin medida, porque es misericordioso (hace salir el sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos añade Mateo en este caso para ilustrar su comportamiento).

Un fraternal saludo en el Señor.

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