VENTANA DE FORMACIÓN Nº 60. OCTUBRE 2022

Señor de la Piedad, bajo tu mirada humilde, nos exponemos a tu redención y a nuestras súplicas. Óyenos Señor.

Estrella, que el cielo iluminas con el dolor de una madre y tu piedad divina., alumbra nuestras súplicas con tu favor. Óyenos Señora.   

Desde la Vocalía de Formación, volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año. Llega el mes de octubre, y en Jaén, octubre huele a feria. El otoño en nuestra tierra llega con los sabores y el gusto de la Feria en honor a San Lucas, recuperado ya el pulso normal de nuestras vidas, incluida la vida cofrade.

Por otro lado, son también fechas de celebración cofrade, ya que la Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo de Guzmán celebra el Solemne Triduo en honor a la Virgen del Rosario, cotitular de nuestra Cofradía, que se celebrará los próximos días 30 de septiembre, 1 y 2 de octubre a las 19:30 horas, excepto el día 2 que será a las 12:00 horas, en la Iglesia Conventual de la Purísima Concepción. Otro momento importante será la Solemne Función Principal, a celebrar en el mismo día del Rosario, día 7 de octubre, a las 19:30 horas, igualmente en la Iglesia Conventual de la Purísima Concepción. La procesión de Ntra. Sra. del Rosario recupera su habitual salida por las calles de Jaén, teniendo lugar el próximo día 2, a las 18 horas.

Significados:

Uno de los pilares básicos de la Formación debe ser la aclaración de conceptos que por ser tan comunes y familiares, a veces no caemos en comprender en su totalidad. En esta ocasión vamos a hablar de los colores litúrgicos. Los colores litúrgicos son los colores específicos que se utilizan para la liturgia cristiana y sirven para subrayar las características de un tiempo determinado del año litúrgico o destacar una fiesta dada del calendario.

Los más usados en la Liturgia son:

BLANCO:
Se usa en tiempo pascual, tiempo de Navidad y Epifanía, fiestas del Señor, de la Virgen, de los ángeles y de los santos no mártires. Es el color del gozo pascual, de la luz y de la vida. Ya que expresa alegría y pureza.

ROJO:
Se usa el domingo de Ramos, el Viernes Santo, Pentecostés, fiesta de los apóstoles y santos mártires. Es el color de la sangre y del fuego. Significa pasión, caridad, amargura, amor divino, Eucaristía, Espíritu Santo, martirio…

VERDE:
Se usa en el tiempo ordinario (período que va desde el Bautismo del Señor hasta Cuaresma y de Pentecostés a Adviento). Esas 34 semanas en las que no se celebra un Misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la Salvación y sobre todo el Misterio Semanal del Domingo como el día del Señor. Significa esperanza, iniciación (por eso San Juan lleva el color verde en el manto), triunfo de la vida sobre la muerte.

MORADO:
Significa devoción, también dolor, severidad, penitencia. Similar al negro. Es el color con que se distingue la Celebración del Adviento y la Cuaresma. Es el color habitualmente utilizado litúrgicamente en Semana Santa, especialmente la Madrugada y el Viernes Santo.
Es signo de penitencia y austeridad.

Entre los colores menos usados habitualmente figuraban y figuran estos colores:

DORADO O PLATEADO:

Subraya la importancia de las grandes fiestas. En los días más solemnes pueden emplearse ornamentos más nobles, aunque no sean del color del día.

ROSA:
No tiene un significado litúrgico definido, significa la ausencia de todo mal, dominio de sí mismo. Subraya el gozo por la cercanía del Salvador el Tercer Domingo de Adviento, e indica una pausa en el rigor penitencial el Cuarto Domingo de Cuaresma. Es símbolo de alegría, pero de una alegría efímera.

AZUL:

El azul es el color del amor, la fidelidad y el afecto. Asociado de siempre a la Virgen María y por lo tanto suele ser el color elegido para muchos de los palios, aunque en su vertiente oscura tiene similares significados al negro. El Celeste es el color privilegiado para celebrar la Solemnidad de la Inmaculada.

NEGRO:

Color que simboliza tristeza, separación, penitencia, vigilia y soledad. Su significado es similar al Morado. Es el color litúrgico del Viernes Santo. Una derivación del color negro es el denominado color tiniebla, el cual se suele usar litúrgicamente por las Hermandades de la Madrugada y Viernes Santo.

AMARILLO:

Al igual que el Dorado, quiere significar pureza, ya que pertenece a la familia del color blanco. Simboliza también el color de la luz, luz de Dios, sobretodo en Oriente. Por su color similar al trigo también se le asimila con la institución de la Eucaristía. Se usa el Dorado también para la celebración de fiestas muy solemnes.

Si en nuestras vidas ponemos los colores litúrgicos, se puede decir que:

  • Debemos vivir con el vestido blanco de la pureza, de la inocencia.
  • Debemos vivir con el vestido rojo del amor apasionado a Cristo.
  • Debemos vivir el color verde de la esperanza, en estos momentos duros de nuestro mundo, tendiendo siempre la mirada hacia la eternidad.
  • Debemos vivir el vestido morado o violeta, pues la penitencia, la humildad y la modestia deben ser alimento y actitudes de nuestra vida cristiana.
  • Debemos vivir el vestido rosa, solo de vez en cuando, pues toda alegría humana es efímera y pasajera.
  • Debemos vivir con el vestido azul mirando continuamente el cielo, aunque tengamos los pies en la tierra.

 

EVANGELIOS DEL MES DE OCTUBRE

El evangelio que nos ocupa este Domingo, día del Señor es el de San Lucas (17,5-10). El evangelio de este domingo se toma de Lucas: un conjunto literario con dos partes: 1) el diálogo sobre la petición de los apóstoles para que aumente la fe de los mismos y la comparación con un pequeño grano de mostaza; 2) la parábola del siervo inútil. Lo primero que debemos considerar en este aspecto es que la fe no es una experiencia que se pueda medir en cantidad, en todo caso en calidad. La fe es el misterio por el que nos fiamos de Dios como Padre, ahí está la calidad de la fe; ponemos nuestra vida en sus manos sencillamente porque su palabra, revelada en Jesús y en su evangelio, llena el corazón. Por eso, la fe se la compara aquí con un grano de mostaza, pequeño, muy pequeño, porque en esa pequeñez hay mucha calidad en la que puede encerrarse, sin duda, el fiarse verdaderamente de Dios. Puede que objetivamente no se presenten razones evidentes para ello. No es que la fe sea ilógica, o simplemente ciega, es una opción inquebrantable de confianza. Es como el que ama, que no puede explicarse muchas veces por qué se ama a alguien. Por tanto, existe una razón secreta que nos impulsa a amar, como a creer.

La parábola conocida como del “siervo inútil” no es una narración absurda. No es propiamente la parábola del siervo inútil, porque no es ese su sentido, sino del que acepta simplemente en su vida que es un siervo y no pretende otra cosa. El amo que llega cansado del trabajo es servido por su criado; el criado tiene la conciencia de haber cumplido su oficio; esas eran las reglas de contratación social. ¿Qué sentido puede tener esto en el planteamiento de la fe y la recompensa? No podemos aplicar aquí la lógica reivindicativamente social de que el patrón y el siervo no pueden relacionarse tal como se propone en esta lectura. El juicio moral sobre la servitud o la misma esclavitud de aquellos tiempos, está demás a la hora de la interpretación. Se parte de la costumbre de aquella época para mostrar que el siervo, lo que tenía que hacer era servir, porque era su oficio, y el amo ser servido.

Jesús quería partir de esta experiencia cotidiana para mostrar al final algo inusual: por ello, la vida cristiana no se puede plantear con afán de recompensa; no podemos servir a Dios y seguir a Jesús por lo que podamos conseguir, sino que debemos hacernos un planteamiento de gracia.

La lectura del evangelio del segundo domingo de Octubre nos lo va a acercar también el evangelista San Lucas (17, 11-19). El relato de los leprosos curados por Jesús, tal como lo trasmite Lucas, que es el evangelio del día, quiere enlazar de alguna manera con la primera lectura, aunque es este evangelio el que ha inducido, sin duda, la elección del texto de Eliseo. No encontramos en el territorio entre Galilea y Samaría, cuando ya Jesús está camino de Jerusalén desde hace tiempo. Lo de menos es la geografía, y lo decisivo la acción de gracias del extranjero samaritano, mientras que los otros, muy probablemente judíos (eso es lo que se quiere insinuar), al ser curados, se olvidan que han compartido con el extranjero la misma ignominia del mal de la lepra. Ahora, liberados, se preocupan más de cumplir lo que estaba mandado por la ley: presentarse al sacerdote para reintegrarse a la comunidad religiosa de Israel, aunque Jesús se lo pidiera. ¿Es esto perverso, acaso? ¡De ninguna manera! En aquella mentalidad no solamente era una obligación religiosa, sino casi mítica. Y es algo propio de todas las culturas hasta el día de hoy. No son unos indeseables lo que esto hacen, pero se muestra, justamente, las carencias de esa religiosidad mítica y a veces fanática que tan hondo cala en el sentimiento de la gente, y especialmente de la gente sencilla. No obstante, la crítica evangélica a esta reacción religiosa tan legalista o costumbrista es manifiesta. Antes de nada quieren integrarse de nuevo en su religión nacionalista y se olvidan de algo más decisivo. El samaritano, extranjero, casi hereje, sabe que si ha sido curado ha sido por la acción de Dios. Pero además, el texto pone de manifiesto que no es la curación física lo importante sino que, profundizando en ella, se habla de salvación; y es este samaritano quien la ha encontrado de verdad viniendo a Jesús antes de ir a cumplir preceptos. Quien sabe dar gracias a Dios, pues, sabe encontrar la verdadera razón de su felicidad. Es, pues, ese maldito samaritano quien muestra un acto religioso por excelencia: la acción de gracias a quien le ha dado vida verdadera: a Jesús y a su Dios.

Nos acercaremos al tercer domingo del mes con la lectura de San Lucas (18, 1-8). El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.

Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.

En el cuarto domingo de Octubre nos adentraremos en la lectura de San Lucas (18, 9-14). El texto del evangelio es una de esas piezas maestras que Lucas nos ofrece en su obra. Es bien conocida por todos esta narración ejemplar (no es propiamente una parábola) del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar. Los dos polos de la narración son muy opuestos: un fariseo y un publicano. Es un ejemplo típico de estas narraciones ejemplares en las que se usan dos personajes: el modelo y el anti-modelo. Uno es un ejemplo de religiosidad judía y el otro un ejemplo de perversión para la tradiciones religiosas de su pueblo, sencillamente porque ejerce una de las profesiones malditas de la religión de Israel (colector de impuestos) y se “veía obligado” a tratar con paganos. Es verdad que era un oficio voluntario, pero no por ello perverso. Las actitudes de esta narración “intencionada” saltan a la vista: el fariseo está “de pie” orando; el publicano, alejado, humillado hasta el punto de no atreverse a levantar sus ojos. El fariseo invoca a Dios y da gracias de cómo es; el publicano invoca a Dios y pide misericordia y piedad.

Lo que para Lucas proclama Jesús delante de los que le escuchan es tan revolucionario que necesariamente debía llevarle a la muerte y, sin embargo, hasta un niño estaría de parte de Jesús, porque no es razonable que el fariseo “excomulgue” a su compañero de plegaria. Pero la ceguera religiosa es a veces tan dura, que lo bueno es siempre malo para algunos y lo malo es siempre bueno. Lo bueno es lo que ellos hacen; lo malo lo que hacen los otros. ¿Por qué? Porque la religión del fariseo se fundamenta en una seguridad viciada y se hace monólogo de uno mismo.

El fariseo, en vez de confrontarse con Dios y con él mismo, se confronta con el pecador; aquí hay un vicio religioso radical. El pecador que está al fondo y no se atreve a levantar sus ojos, se confronta con Dios y consigo mismo y ahí está la explicación de por qué Jesús está más cerca de él que del fariseo.

En el último domingo de Octubre nos adentraremos en la lectura de San Lucas (19,1-10): El Reino exige un pacto de justicia. El relato de Zaqueo es otro de esos episodios de Lucas que no tiene desperdicio. Es tan logrado, a todos los niveles, que habría que leerlo varias veces y cada una de ellas nos encontraríamos con matices que podría dar para una reflexión.  Se enfrentan dos personajes… pero no solamente eso. También hay gente que está a la expectativa de qué hará Jesús. Aunque Jesús parece que no hace nada más que invitarse a casa de un “pecador”, tendrá la última palabra. Con esto está dicho todo. Zaqueo es un pecador para los puritanos, para los de religión legal. Para Jesús, y sin duda para Lucas, es un “rico”. Pero ¿también de los ricos es el Reino de los cielos? He aquí la gran cuestión de este episodio. Si los ricos renuncian a ello (dando la mitad de los bienes a los pobres y haciéndose como la gran mayoría de la gente) entonces sí.

Los bienpensantes de siempre especulaban que si Jesús entraba a casa de un publicano, se contaminaba, ya que los publicanos trataban con las autoridades romanas que les concedían los privilegios de recolectores de impuestos. Pero para Lucas, Jesús va buscando el verdadero “pecado”: haber acumulado riquezas y poder a costa de los otros. Y es eso lo que debe cambiar Zaqueo. No tiene por qué renunciar a ser colector de impuestos, ni a tratar con los paganos, los romanos, sino a no hacerse poderoso con las riquezas injustas. El tema es muy querido para Lucas, como sabemos. Y eso, sin duda, porque en su comunidad debía ser una cuestión puesta sobre la mesa de cómo se puede ser un buen seguidor de Jesús en este mundo donde hay riquezas y todo lo que ello conlleva. Es un relato de grandes iniciativas: Zaqueo que quiere conocer a Jesús; Jesús que busca a Zaqueo; Zaqueo que renuncia a ser rico (porque no de otra manera se ha de entender ofrecer la mitad de los bienes a los pobres, y restituir la injusticia) y, finalmente, Jesús (y desde luego Lucas está detrás), que le muestra que ese es el camino de la salvación.

Un fraternal saludo en el Señor.

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