VENTANA DE FORMACIÓN Nº 69. SEPTIEMBRE 2023

Señor de la Piedad, tu nombre nos abre el camino de la Redención, en el seno de tu humildad y paciencia. Que siempre sea nuestro ejemplo.

Estrella, tu nombre ilumina nuestra senda diaria con la esperanza como luz y la alegría como fin. Que siempre sea nuestro ejemplo.  

Queridos Hermanos, un nuevo año cofrade comienza para nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo de Guzmán. Desde la Vocalía de Formación, tras la época estival, volvemos a encontrarnos con las Ventanas de Formación de la hermandad, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año.

El mes de septiembre acude al seno de nuestra hermandad para acoger dos grandes citas: La Fiesta Estatutaria en honor a María Santísima de la Estrella, que celebra la festividad del nacimiento de la Virgen, y que se celebrará el próximo 8 septiembre con el rezo del rosario a las 20:00 y la Santa Misa. Con esta Eucaristía se abre el nuevo curso cofrade 2023/2024. La segunda cita, es la tradicional Veneración y Triduo a Nuestra Señora del Rosario, en las fechas del 29, 30 de septiembre, en horario de 20:00, y 1 de octubre, en horario de 12:00 h.

Significados:

Una de los pilares básicos de la Formación debe ser la aclaración de conceptos que por ser tan comunes y familiares, a veces no caemos en comprender en su totalidad. En esta ocasión vamos a hablar, dentro de la Liturgia, del concepto de CELEBRACIÓN.

Como ya hemos dicho, la Liturgia, es decir, el conjunto de signos y símbolos con los que la Iglesia rinde culto a Dios.

El término celebración se debe contraponer a la inadecuada expresión de “administrar” los sacramentos, sino sustituida por la de “celebrar” los sacramentos. Nos parece que el concepto de celebración es el concepto básico en torno al cual hay que articular la comprensión de la liturgia de la Iglesia. En el lenguaje corriente, se dice “Celebro que hayas venido”; “Eso hay que celebrarlo”… Estas expresiones incluyen la idea de una alegría y una gratitud por algo que no depende de nosotros. El ‘hay que celebrarlo’ está ya invitando a tomar algo juntos, a ciertos gestos expresivos de esa alegría.

La fiesta no se celebra nunca en la interioridad, a solas, sino en la comunidad y exteriormente, corporalmente. Podemos celebrar el que alguien que haya ganado un trofeo o que haya sacado un título universitario. Especialmente significativo es celebrar un cumpleaños, porque entonces no se celebran los logros de una persona. En el cumpleaños se celebra a la persona por lo que es, y no por lo que tiene o ha conseguido. Celebramos los reencuentros y celebramos acontecimientos. Podemos celebrar una acontecimiento del pasado, los aniversarios de hechos importantes de nuestra vida, pero siempre con un matiz de alegría.

Celebrar en latín viene de la raíz “pisar”, saltar en círculo, girar. Es la mejor expresión de la alegría festiva, expresa el eterno retorno, la vuelta a los orígenes, la regeneración del tiempo profano. El círculo anual del año litúrgico es símbolo de la eternidad, como la circunferencia que no tiene ni principio ni fin, frente a lo lineal de una vida que nace, crece y muere.

Celebrar significa también “manifestar, expresar, significar”. La Iglesia se manifiesta en la celebración, en la reunión de sus miembros, en la Palabra y los signos, en el memorial. Celebración es sinónimo de liturgia y otro sinónimo de festejar. Para poder celebrar lo primero que se necesita es juzgar que determinados acontecimientos y realidades son dignos de valoración; de ahí surge la necesidad de expresar esta valoración. La alegría por lo acontecido quiere expresarse, necesita salir fuera. Se buscan gestos que traduzcan la actitud del grupo ante estos acontecimientos. Se exterioriza esa alegría, y al exteriorizarla, aumenta.

Nadie celebra o festeja en soledad. La fiesta congrega a unas personas que valoran en común y de la misma forma el acontecimiento que está a la raíz de la existencia de esos valores compartidos. A partir del acontecimiento celebrado, las personas se unen por medio de esos gestos expresivos de una común valoración. La fiesta es siempre fuente de solidaridad.

EVANGELIOS DEL MES DE SEPTIEMBRE

Evangelio: Mateo (16,21-27): El seguimiento liberador de Jesús

El evangelio de hoy, de Mateo, es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder, como le había sucedido a todos los profetas; como Jeremías, estaba decidido a proclamar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas. Jesús ve claro, porque a un profeta como él no se le escapa nada, aunque la formulación de este anuncio de su pasión se haya formulado así, después de los acontecimientos.

Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de este mundo.

La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a «sacrificarse» tal como se entiende ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a plenitud.

San Mateo (18,15-20): la comunidad como experiencia de perdón y oración.

El evangelio de hoy forma parte de uno de los discursos más significativos del primer evangelio. En este caso, nos encontramos con el llamado «discurso eclesiológico» porque se contemplan en él las normas de comportamiento básicas de una comunidad cristiana: perdón, comprensión, solidaridad. Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad, y el valor de la oración común. La corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores. Es en la comunidad donde tiene todo sentido el perdón de los pecados. Eso exige dar oportunidades, para que no sea el puritanismo lo específico de una comunidad. De la misma manera, la oración común enriquece sobremanera nuestra oración personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y de oración personales, pero hay más sentido cuando todo ello se integra en la comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana.

La lectura del evangelio del tercer domingo de septiembre nos lo va a acercar también el evangelista. San Mateo 18,21-35): Dios se realiza perdonando, nosotros ¿cómo?.

Con el evangelio de hoy se pone punto final al discurso eclesiológico para esta comunidad y nos enseña a todos los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La parábola del «siervo despiadado» es una genuina parábola de Jesús, acomodada por la teología de Mateo, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los cristianos, que el perdón no tiene medida. Setenta veces siete es un elemento enfático para decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego, no lo hace.

La lectura de la parábola nos hará comprender sobradamente toda la significación de la misma; es tan clara, tan meridiana, que casi parece imposible, no solamente que alguien deje de entenderla, sino que alguien tenga una conducta semejante a la del siervo liberado un instante antes de su muerte por las súplicas ante su señor. Es desproporcionada la deuda del siervo con su señor, respecto de la de siervo a siervo (diez mil talentos, es una fortuna, en relación a cien denarios). Sabemos que en esta parábola, según la teología de Mateo, se quiere hablar de Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos.

Es una parábola de perplejidades y nos muestra que los hombres somos más duros los unos con los otros que el mismo Dios.

Los que están en la misma escala deberían ser más solidarios. Pero no es así en esta parábola. El núcleo de la misma es la dureza de corazón que revelamos frecuentemente en nuestras vidas. Y es una desgracia ser duros de corazón. Somos comprensivos con nosotros mismos, y así queremos y así exigimos que sea Dios con nosotros, pero no hacemos lo mismo con los otros hermanos. Porque somos tardos a la misericordia. Por eso, el famoso «olvido, pero no perdono» no es ni divino ni evangélico. Es, por el contrario, el empobrecimiento más grande del corazón y del alma humana, porque en ese caso, más sentido podía tener «perdono, pero no olvido». Lo mejor, no obstante, sería perdonar y olvidar, por este orden.

Nos acercaremos al último domingo del mes con la lectura de San Mateo (20,1-16): La salvación misterio “contracultural” del amor.

El evangelio de Mateo nos ofrece la parábola de los obreros de la viña, una de las más significativas en el ámbito de la exposición que Jesús hacía para exponer el misterio del Reino de Dios. Es una parábola que recuerda, en su resultado final, algunos aspectos a la conocida como la del hijo pródigo. En realidad, se quiere hablar de la misma persona, de Dios, bien como un padre que espera a su hijo y le ofrece misericordia, bien como patrón de una viña que busca obreros durante todo el día. Los elementos intermedios, las horas, no deben distraernos del momento culminante en el que se quiere poner de manifiesto que, precisamente en el Reino de Dios, lo decisivo, como es la salvación de los hombres, no funciona con los criterios de este mundo.

No sería lógico que contrastáramos la justicia estricta que usa con los llamados a la primera hora y la misericordia o la generosidad que aplica con los últimos, pero es ahí donde está el centro del escándalo, de lo contracultural: así no se pensaba en tiempos de Jesús, ni ahora tampoco. Podría pensarse que un gran agricultor, en tiempos de cosecha, tenía necesidad de jornaleros hasta última hora para dar salida a la uva y paga bien. Pero no es eso lo que cuenta; lo que se impone es que el dueño de la viña también es generoso con los últimos que ha podido contratar. Para entender mejor la parábola, hay que tener en cuenta que el trabajo “de sol a sol” eran doce horas, que se dividían habitualmente de tres en tres. Supongamos que de 6 de la mañana a 6 de la tarde. Los primeros jornaleros fueron contratados a las 6 de la mañana, y los últimos, a las 5 de la tarde, la undécima hora. Por eso a ellos les dice el dueño de la viña: “¿Por qué estáis aquí todo el día parados?”. Podemos imaginarnos el contexto histórico de esta parábola de Jesús en su actitud de recibir y acoger a los pecadores contra la mentalidad legalista y puritana de los controladores de las leyes de pureza y santidad.

La parábola quiere enseñar una única cosa, decisiva: «Así es Dios con respecto a la salvación». Todo lo demás no sobra, sino que viene a servir a esta idea que es verdaderamente escandalosa. Este es el Dios de Jesús; este es el mensaje radical del evangelio del reino de los cielos.

Paz y bien hermanos. Un abrazo.

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