VENTANA DE FORMACIÓN Nº 71. NOVIEMBRE 2023

Señor de la Piedad, acuérdate de todas aquellas, tus hijas, que han vivido bajo tu presencia. Admítelas a contemplar la luz de tu rostro.

Estrella, que supiste estar en el mayor dolor, acoge en tu mirada a todos aquellos, tus hijos,  que ya disfrutan del descanso eterno junto a Ti .  

Desde la Vocalía de Formación volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año. En esta ocasión, con un mes de noviembre que acoge las fechas en las que tendremos un especial recuerdo a todos aquellos seres queridos que ya no se encuentran entre nosotros pero siempre estarán en nuestros corazones. Así, nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Ntra. Sra. del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, el día 2 de noviembre a las 20:00 horas en la Iglesia de la Purísima Concepción ofrecerá una Eucaristía por el alma de todos los difuntos, con la consideración de un absoluto recuerdo a todos aquellos que han fallecido este año, cofrades y no cofrades.

SIGNIFICADOS:

Evidentemente esta celebración entronca con la de difuntos que hace que todos tengamos, aunque sea en por un día, en nuestro recuerdo a todos aquellos fallecidos, justo en esas jornadas de los primeros días del mes de noviembre y que honramos con la visita a los cementerios y el cuidado de sepulcros, lápidas y panteones. Así, en esas jornadas, los cementerios se llenan de flores. La tradición de llevar flores a los cementerios existe desde hace muchísimo tiempo. Ya en la antigüedad se solían llevar flores para ornamentar la despedida o el recuerdo de nuestros seres queridos. Su origen es mucho más antiguo de lo que creemos, dado que la primera tumba a la que se llevaban flores está ubicada en Israel y data de hace más de 13.000 años. El simbolismo que une al hombre con las flores parece venir también desde muy lejos y tenemos la prueba en el salmo 103 que dice así: “Los días del hombre no son sino hierba: crecen como las flores del campo; cuando el viento pasa sobre ellas, desaparecen». Pero no en todo el mundo católico se celebra de igual forma el recuerdo de los difuntos. Famoso es el caso de la tradición mexicana del Día de Muertos. La llegada de los españoles a México influyó radicalmente en la celebración de su Día de Muertos. Así, se hizo  coincidir la fiesta de los muertos de los indígenas -que duraba dos meses- con las celebraciones católicas del Día de Todos los Santos y los Fieles Difuntos (1 y 2 de noviembre). En la actualidad, el Día de Muertos mexicano es el resultado de una mezcla de estas dos culturas, de tradiciones precolombinas y católicas. En México se rodea de un halo de fiesta y color, de celebración a la vida y de reencuentro con los difuntos que se cree que regresan a nuestro mundo por un día. Para ellos, la muerte no era otra cosa que un símbolo de la vida que se representa en el altar ofrecido a los difuntos. Millones de hogares mexicanos siguen colocando con sumo cariño y detalle sus altares en los que se combinan multitud de símbolos, comida, papel picado y fotos de personas fallecidas. Es precisamente este recuerdo de quienes ya no están lo que permite -junto a la ayuda de las velas y de la olorosa flor de tagete- que las almas de los difuntos encuentren el camino de regreso a casa para convivir con la familia y disfrutar de los alimentos dispuestos en los altares en su honor.

REFLEXIÓN:

En un principio la iglesia celebraba la muerte de cada mártir en el día de su fallecimiento, pero con el tiempo, según fueron muriendo más mártires, se fue haciendo complicado tener una celebración exclusiva. El Papa Gregorio III decidió unificar todas las muertes de los santos en un mismo día y honrarlos el 1 de noviembre. El Papa incluso llegó a consagrar en la Basílica de San Pedro, en Roma, un espacio para orarles. Años después el Papa Gregorio IV aumentó el sentido de la celebración al día de los santos inocentes, ampliándolo a todos los componentes de la iglesia. Desde entonces se recuerda y ora por cada alma, dando así lugar a una jornada de conmemoración y a esta tradición que cumplimos los católicos cada año.

Evidentemente esta celebración entronca con la de difuntos que hace que todos tengamos, aunque sea en por un día, en nuestro recuerdo a todos aquellos fallecidos, justo en esas jornadas de los primeros días del mes de noviembre y que honramos con la visita a los cementerios y el cuidado de sepulcros, lápidas y panteones. Así, en esas jornadas, los cementerios se llenan de flores; de claveles que expresan admiración y homenaje (y cuyo nombre, el género Dianthus, que procede de las palabras griegas deos («dios») y anthos («flor»), no puede ser más apropiada); de gladiolos que muestran la pureza del alma del difunto; de azucenas y los lirios, también se utilizan para homenajear a los difuntos; y de la flor estrella, el crisantemo, ya que su corta floración (entre octubre y diciembre) nos enseña lo efímero de la vida.

No es en vano que el Papa Francisco, ha sabido conjugar también el sentido mexicano de esta celebración: “El 1 de noviembre celebramos la solemnidad de Todos los Santos. El 2 de noviembre la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. Por una parte, la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos.” nos dice el Santo Padre.

EVANGELIOS DEL MES DE NOVIEMBRE

El evangelio que nos ocupa este primer Domingo, día del Señor: Evangelio de Mateo (23,1-12): La comunidad cristiana, como experiencia de libertad

El evangelio de hoy refleja claramente las actitudes de Jesús con los dirigentes que le acusaron y le llevaron al juicio condenatorio. Las controversias que han precedido en Jerusalén han puesto de manifiesto la separación, el abismo diríamos, entre la concepción religiosa de los escribas, sacerdotes y dirigentes y la del profeta de Nazaret.

En la historia de la Iglesia, en la lucha por la libertad, por otra parte, podíamos sentir que el comportamiento y el formalismo con que a veces vivimos y actuamos no deja lugar a la inspiración profética, a la religión carismática, a la acción del Espíritu. Esta es la lección más clara del evangelio de este día. ¿Qué quiere decir esto? Pues que la Iglesia no se fundamenta, en su esencia, exclusivamente en una estructura jurídica como algunos pretenden. Más importante que esto último le pertenece al pueblo de Dios ser una comunidad carismática: es decir, aquella que es conducida primera y principalmente por el Espíritu de Dios y de Jesucristo. Eso no implica que se pueda desconocer el papel que el «Magisterio» tiene como servicio de este proyecto espiritual; el v. 11 de nuestro texto lo deja bien claro: «el mayor entre vosotros será vuestro servidor». De esa manera, pues, todos los cristianos, cada uno en particular, en la Iglesia, en razón de su libertad personal que nunca se puede perder, están llamados a contribuir a la edificación del Pueblo de Dios, de la comunidad de salvación, según la llamada que reciba del Espíritu.

Jesús le ha dejado a los suyos, no un mensaje jurídico, sino la buena noticia del evangelio de la salvación. La interpretación del mismo en las nuevas situaciones de la vida y de la historia no puede hacerse como los «escribas y fariseos» que cerraron a cal y canto el acceso al mensaje de los profetas. Jesús se juega su vida precisamente contra esta situación. Esto es históricamente cierto.

La lectura del evangelio del segundo domingo es del Evangelio (Mateo 25,1-13): La actitud frente a la felicidad eterna

El evangelio, texto exclusivo de Mateo, nos propone la parábola de las vírgenes necias y las prudentes. No siempre hemos logrado penetrar adecuadamente en su sentido, ya que la narración está recargada de significados específicos diversos.  Jesús, en ella, se vale del marco de una fiesta de bodas para hablar de algo trascendental: la espera y la esperanza, como cuando la novia está ardiendo de amor por la llegada de su amado, de su esposo. Pero los protagonistas no son ni el novio (lo será al final de todo), ni la novia, en este caso, sino las doncellas que acompañaban a la novia para este momento. La narración da a entender que para este acontecimiento de amor y de gracia hay que estar preparados, o lo que es lo mismo, deben abrirse a la sabiduría; el júbilo que se respiraba en una boda como la que Jesús describe es lo propio de algo que alcanza su cenit en la venida del esposo.

Lo importante es estar preparados para la venida del esposo, el personaje que se hace esperar.  Por tanto, es cuestión de entender cómo nos enfrentamos a lo más importante de nuestra vida: la muerte y la eternidad: ¿con sabiduría? ¿con alegría? ¿con aceite, con luz? ¿con esperanza? Este mundo puede ser «casi» eterno, pero nosotros aquí no lo seremos. Estamos llamados a una «presencia de Dios» y eso es como unas bodas: debemos anhelar amorosamente ese momento o de lo contrario seremos unos necios y no podremos entender unos desposorios de amor eterno, de felicidad sin límites.

Nos acercaremos al tercer domingo del mes con la lectura del Evangelio según San Mateo (25,14-30): No «enterrar» el futuro

El evangelio de Mateo nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola de «parusía» sobre la venida del Señor. Es la continuación inmediata del evangelio que se leía el domingo pasado y debemos entenderlo en el mismo contexto sobre las cosas que forman parte de la escatología cristiana. Los hombres que han recibido los talentos deben prepararse para esa venida. Dos los han invertido y han recibido recompensa, pero el tercero los ha cegado y la reacción del señor es casi sanguinaria. El siervo último había recibido menos que los otros y obró así por miedo, según su propia justificación. ¿Cómo entendieron estas palabras los oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en los fariseos que no respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Es claro que el señor de esta parábola no quiere que lo entierren, ni a él, ni lo que ha dado a los siervos. El siervo que “entierra” los talentos, pues, es el que interesa. Parece que la recompensa divina, tal como la Iglesia primitiva pudo entender esta parábola, es injusta: al que tiene se le dará, y al que tiene poco se le quitará. Pero se le quitará si no ha dado de sí lo que tiene. Y es que no vale pensar que en el planteamiento de la salvación, que es el fondo de la cuestión, se tiene más o menos; se es rico o pobre; sino que la respuesta a la gracia es algo personal que no permite excusas. La salvación llega de verdad si la esperamos y si estamos abiertos a ella.

En el cuarto domingo nos adentraremos en la lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46): Un “reino” de vida, por la justicia y la paz

El evangelio de hoy, de Mateo, el que se conoce como el “juicio de las naciones”, está en conexión con la primera lectura en razón del papel de las ovejas y del futuro que les espera. Ahora, aquél pastor pasa a ser rey de las naciones, del universo entero. El Hijo del hombre juzga como los reyes… pero en realidad es un elemento no decisivo, ya que el “reinado de Dios”, clave del mensaje de Jesús, no expresa monarquía, ni sistema político determinado aún en lo parlamentario, sino un planteamiento ético universal. La teología del evangelista trata de presentar una dimensión cósmica, universal, de la acción del Señor. Todo el mundo, toda la historia, pues, están bajo la acción salvadora y redentora del Señor.

Es verdad que los “hermanos míos pequeños” son los seguidores de Jesús que sufren y son perseguidos… pero los hermanos de Jesús “pequeños” son todos los hombres y mujeres que sufren. Y eso no significa que la religión salta por los aires, sino que la religión del “reinado de Dios” es universal, y en la que caben aquellos que sin pertenecer a una estructura religiosa confesional pueden hacer posible lo que el Reino de Dios pretende, hacer de este mundo un “reinado de vida” por la justicia y la paz.

Un fraternal saludo en el Señor.

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