VENTANA DE FORMACIÓN 76. ABRIL 2024

Señor de la Piedad, infinita es tu gracia, infinito es tu favor, infinitas son las suplicas que te elevamos. Escúchalas en tu infinita misericordia…

Estrella, infinita es tu luz, infinita, tu intercesión, infinito es tu amor, como infinitas son las lágrimas que derramaste y derramamos. Enjúgalas en tu infinita misericordia…

Desde la Vocalía de Formación, volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año.

Llegó la CUARESMA y desembocó en una Semana de PASIÓN. Todo sin haber terminado el mes de marzo. Bien sabido es que nuestra Hermandad Dominica y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Piedad, en su Sagrada Presentación al Pueblo, María Santísima de la Estrella, Nuestra Señora del Rosario y Santo Domingo de Guzmán, tras la ilusión y el trabajo de todo un año, pudo culminar su año cofrade con la realización de la salida procesional de Domingo de Ramos, con cierta incertidumbre debida a las condiciones meteorológicas que obligaron a cambios en el recorrido y en el horario. No así muchas de las cofradías hermanas que a lo largo de toda la Semana Santa tuvieron que suspender sus salidas procesionales por la lluvia. El lado positivo son los miles de litros de agua que han caído del cielo como un milagro que han venido a paliar en algo, la sequedad de nuestros campos. Gracias a Dios.

Buen momento de dar las gracias por ambos sucesos que ha tenido a bien vivir la ciudad de Jaén, sería el próximo sábado 6 de abril, en la celebración de la Misa de Hermandad y Apertura del Tiempo de Gloria, que tendrá lugar en la Iglesia de la Merced, a las 20:30.

SIGNIFICADOS:

Para continuar nuestro viaje por la Liturgia, este mes toca hablar del Culto:

EL CULTO, FIN PRINCIPAL Y ESPECÍFICO DE LAS HERMANDADES Y COFRADÍAS

El culto se puede definir como el homenaje reverente que las personas ofrecen a Dios. También se puede hablar del culto como el conjunto de ritos y ceremonias con que se tributa ese homenaje. Dicha la anterior definición, es conveniente hacer una reflexión.

Los actos de culto no son exclusivos de la fe católica ni de los cristianos: prácticamente todas las religiones ofrecen actos de culto de una u otra manera. Dios, evidentemente, no necesita nada de nosotros. Somos nosotros los que necesitamos orar, adorar, suplicar, dar gracias, impetrar, alabar. Es una necesidad humana la que nos lleva a rendir culto.

Obviamente, se puede hablar de un culto privado, que es el practicado por cada uno de nosotros en su propio interior,  y un culto público, cuando lo tributa una comunidad. El culto público se define por el hecho de ser tributado en nombre de la Iglesia y por personas designadas para ello de manera oficial, por ejemplo, los obispos, presbíteros y diáconos.

Dentro de una clasificación amplia, se puede distinguir entre los conceptos de culto absoluto, referido a la veneración directa de personas (Dios, Jesucristo, la Virgen, los santos) y el culto relativo, dirigido a objetos, tales como reliquias, imágenes, santuarios o lugares concretos en relación siempre, claro está, con las personas o seres a los que representan.

En lo que a nosotros se refiere, el fin principal y específico de una hermandad o cofradía es el culto público. En las Normas para Hermandades y Cofradías es habitual que se redacten ateniéndose a que: Es fin principal y específico de la hermandad o cofradía la promoción del culto público, el cual se tributa en nombre de la Iglesia por las personas legítimamente designadas y mediante actos aprobados por la autoridad de la Iglesia. Precisamente, por el hecho de ser asociaciones que se dedican a promover el culto público, las hermandades y cofradías son consideradas en el Código de Derecho Canónico como asociaciones públicas de fieles. Además, en consonancia con otros fines,  siendo conscientes de que el culto divino nace de la fe en la Palabra y debe llevar a la vivencia de la caridad, las hermandades y cofradías tendrán, además, como fines propios, la evangelización de sus miembros mediante su formación teológica y espiritual, fomentar una vida más perfecta en sus miembros, realizar actividades de apostolado, promover obras de caridad y de piedad. Así pues, queda claro que el culto es lo principal y específico de la hermandad. Ahora bien, la Iglesia también pide a las hermandades y cofradías que tengan, necesariamente, como fines propios, la evangelización de sus miembros y el ejercicio de la caridad. Podemos afirmar que las tres columnas sobre las que se sostiene una hermandad son el culto, la formación y la caridad.

Siguiendo con el culto, de igual modo, y en el caso de las hermandades muy especialmente, cabe hablar de cultos internos y cultos externos. Las cofradías consideran como su principal acto de culto externo la anual procesión, que cuando se realiza a la catedral u otra iglesia, es llamada estación de penitencia, y que ordenan sus Reglas en el día señalado previamente de la Semana Santa o en Cuaresma. De este modo, las cofradías imponen como una de las principales obligaciones de sus hermanos la de asistir a este acto de culto externo.

Los cultos internos, en cambio, son los que las hermandades celebran, en honor de sus titulares y devociones particulares, en el interior de sus capillas o en otras iglesias a los que trasladan sus imágenes por tradición. Precisamente, y aunque usemos como sinónimos los términos de hermandad y cofradía, si alguna diferencia hay entre ellos se refiere a la celebración o no de cultos externos de carácter penitencial. Se puede entender que hermandad, cuando hace estación de penitencia, se constituye en cofradía, aunque etimológicamente sean palabras sinónimas.

Asimismo, el culto que los cristianos celebramos puede ser de tipo litúrgico, que está muy por encima de cualquier otro por su propia naturaleza, o mediante ejercicios piadosos. Estos últimos son más libres, menos reglamentados y no comunes a toda la Iglesia, denominados a veces también como paraliturgias, tales como el ejercicio del Vía Crucis o el rezo del rosario.

EVANGELIOS DEL MES DE ABRIL

Primer Domingo: Lectura del santo evangelio según san Juan (20,19-31)

Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, «dan que pensar» en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios. El «soplo» sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. La figura de Tomás es solamente una actitud de «antiresurrección»; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta.

Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva. Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres, diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Segundo Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 35-48

La lectura del texto lucano quiere enlazar, a su manera, con el del domingo pasado (el evangelio de Tomás), ya que todo el capítulo lucano es una pedagogía de las experiencias decisivas de la presencia del Viviente, Jesús el crucificado, en la comunidad. El que se mencione en esta escena el reconocimiento que hicieron los discípulos de Emaús al partir el pan, viene a ser una introducción sugerente para dar a entender que el resucitado se «presenta» en momentos determinados entre los suyos con una fuerza irresistible. El relato de hoy es difícil, porque Jesús no es un fantasma, enseña sus heridas, come con ellos… pero no se puede tocar como una imagen; pasa a través de las puertas cerradas. El resucitado es la misma persona, pero no tiene la misma “corporeidad”. La resurrección no es una “idea” o un invento de los suyos.

Esta forma simbólica, de presentar las cosas, pretende afirmar una realidad profunda: el Señor está vivo; las experiencias que tiene con los discípulos es para convencerles que ahora les toca a ellos proseguir su causa, anunciar la salvación y el perdón de los pecados. Creer en la resurrección de Jesús sin estas consecuencias sería como creer en cosas de espíritus. Pero no se trata de eso, sino de creer en la realidad profunda de que el crucificado está vivo, y ahora les envía a salvar a todos los hombres.

Hoy está planteado en el evangelio la realidad y el sentido de las apariciones del resucitado y debemos ser valientes para “predicar y proclamar” que las apariciones de Jesús a los suyos no pueden ser entendidas como una vuelta a esta vida para que los suyos lo reconocieran. Se hizo presente de otra manera y ellos lo experimentaron tal como eran ellos y tal como sentían.  En definitiva: la “corporeidad” de las apariciones de Jesús a sus discípulos no es material o física, sino que reclama una realidad nueva como expresión de la persona que tiene una vida nueva y que se relaciona, también, de forma nueva con los suyos. Esta capacidad nueva de relación de Jesús con los suyos y de éstos con el resucitado es lo que merece la pena por encima de cualquier otra cosa.

Tercer Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Juan (10,1-10)

Este evangelio nos habla del «buen pastor» que es la imagen del día en la liturgia de este cuarto domingo de Pascua. Comienza el evangelio con una especie de discurso enigmático, que es así para los oyentes, ya que este texto es bien claro: en el redil de las ovejas, el pastor entra por la puerta, los ladrones saltan por la tapia. Jesús en este evangelio se propone,  como la persona en la que podemos confiar; por Él podemos entrar y salir para encontrar a Dios y para encontrar la vida. Quien esté fuera de esa puerta, quien pretenda construir un mundo al margen de Jesús lo puede hacer, pero no hay otro camino para encontrarse con el Dios de vida y con la verdad de nuestra existencia.

Se habla de un “entrar y salir” que son dos verbos significativos de la vida, como el nacer y el morir. En Jesús, puerta verdadera de la vida, ésta adquiere una dimensión inigualable. Por la fórmula de revelación, del “yo”, se quiere mostrar a Jesús que hace lo contrario de los ladrones que entran de cualquier manera en la casa, para robar, para matar, para llevarse todo lo que pueden. Y solamente es desde la resurrección cómo podría expresarse el Cristo de Juan esas expresiones de revelación del “yo soy” la vida, la resurrección, el buen pastor, la luz…

Cuarto Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8): Cristo, vid donde está la vida

El evangelio de Juan nos ofrece uno de esos discursos llamados de “revelación”, porque en ellos éste evangelista nos muestra quién es El Señor. Aquí, en este discurso, Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia, la de la viña. La viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno, es un fracaso, se debe arrancar. ¿Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología de Juan, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave curativa para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos para que sea posible dar buen fruto.

Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de su palabra, de sus mandamientos, no podemos permanecer.  La fórmula «permaneced en mí y yo en vosotros», muy típica de este evangelista, define la relación del discípulo con Jesús como una reciprocidad personal. Esa relación personal con Jesús es la condición indispensable para dar fruto. Una viña está compuesta de muchas cepas que, una a una, tienen su vida propia y que no tienen comunicación entre si. En el caso de la simbología de la viña de Juan la cepa, que es Jesús, hace que los pámpanos estén unidos a la cepa, a Jesús. Como Jesús es la vida, y la luz, y el Hijo, entonces estar unido a El es tener vida. Esa luz de Jesús y esa vida tienen muchas formas de manifestarse y de hacerse presente. Pero no es cuestión de exclusivismo, sino de confianza; la confianza de que en Jesús y con Jesús, el Señor, encontraremos la vida verdadera.

Un fraternal saludo en el Señor.

Próximos eventos