VENTANA DE FORMACIÓN Nº 65. MARZO 2023

Señor de la Piedad, en tu infinita misericordia ansiamos vivir, a tu infinita misericordia ansiamos  llegar. Tus devotos te esperan…

Estrella, en tu infinita gracia ansiamos vivir, a tu infinita luz y esperanza ansiamos llegar. Tus devotos te esperan… 

Desde la Vocalía de Formación, volvemos a encontrarnos, un mes más, con las Ventanas de Formación, con el objetivo de complementar la formación activa que la Vocalía propone para todos los cofrades con sus actividades durante todo el año. Marzo ha llegado en CUARESMA. Es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: La Pascua de Resurrección. En este periodo los actos y citas cofrades se intensifican como en ningún otro momento del año y como no podía ser de otra forma. El día 8 de marzo, podremos asistir al  XXXIX Pregón de Exaltación a María Santísima de la Estrella a cargo de Dña. María Dolores Galán Gallego, que se celebrará en el Teatro Darymelia a partir de las 12:00 horas. Llegado el día 10 de marzo y hasta el día 12 de marzo, se celebrará el Triduo a Ntro. Padre Jesús de la Piedad, en horario de las 19:30 en la Iglesia de la Purísima Concepción. Conforme avanza el mes, las señales de la llegada de una nueva Semana Santa se hacen irrefrenables. El día de san José y todos los padres, el 19 marzo, desde las 12..00 horas hasta las 21:30, tendrá lugar el Besapié a Ntro. Padre Jesús de la Piedad y Besamanos a María Stma. de la Estrella, en la Iglesia de la Purísima Concepción. El Traslado de María Stma. de la Estrella a la Casa de Hermandad, será el 29 marzo a las 21:30 horas. Y el día 30 de marzo a las 20:45, el esperado Vía Crucis con Ntro. Padre Jesús de la Piedad, dejando el mes a las puertas de un nuevo Domingo de Ramos.

La Cuaresma es un tiempo para intensificar la vida de espíritu donde debe estar presente el ayuno, la oración y la limosna, pero sobre todo la Palabra de Dios que nos invita a escuchar y meditar. Es un camino que nos prepara para revivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo.

SIGNIFICADOS

Se conoce como Cuaresma al periodo de 40 días que precede la celebración principal del cristianismo: la Resurrección de Jesucristo, que se festeja el Domingo de Pascua. La palabra Cuaresma proviene del latín quadragesima, que significa “cuadragésimo día”, en referencia al periodo que abarca antes de la Pascua. El inicio de la Cuaresma está marcado por el Miércoles de Ceniza y el final por la víspera del Domingo de Pascua o de Resurrección.

La Cuaresma es un periodo de preparación, purificación, reflexión y conversión espiritual. En este tiempo se llama a los fieles a guardar ayuno y penitencia, tal como lo hizo Jesús en el desierto, antes de su salida a la vida pública. La finalidad de la Cuaresma es prepararnos espiritualmente para recibir a Dios en nuestras vidas, bien por habernos apartado de su camino, o bien para reflexionar sobre los sacrificios que tuvo que hacer Jesús para librarnos de los pecados. Durante la Cuaresma, el sacerdote se viste con ropas de color púrpura para simbolizar la tristeza, el dolor, la penitencia, el duelo y el sacrificio. El cuarto domingo se usa el color rosa, mientras que el Domingo de Ramos, último domingo antes de la Resurrección, se usa el color rojo, referido a la Pasión del Señor. Inicialmente, los cristianos preparaban la fiesta de Pascua guardando tres días de oración, meditación y ayuno. Pero alrededor del año 350 d. de C., la Iglesia incrementó el tiempo de preparación a cuarenta días. Así surgió la Cuaresma.

Es curioso pensar en el número 40, asociado a la Cuaresma, dentro de la Biblia: el diluvio dura 40 días, 40 son los años del pueblo de Dios en el desierto, 40 los días de Moisés y Elías en la montaña, y 40 los de Jesús en el desierto, antes de comenzar su ministerio.

EVANGELIOS DEL MES DE MARZO

Primer Domingo: Lectura del santo evangelio según san Mateo 17, 1-9

Todos los años, en el segundo domingo de cuaresma, leemos el relato de la transfiguración. Corresponde, pues, en este domingo leer el texto de Mateo. El hecho de que esté en este momento, tras la predicación de Jesús en Galilea y ya a las puertas de emprender el viaje definitivo a Jerusalén, resulta elocuente. No podemos negar que esta narración está concebida con el tono apocalíptico. Moisés y Elías son testigos privilegiados de esta “experiencia”, en el monte (que nosotros lo conocemos como el Tabor, pero que no está identificado en el texto, y no es necesario). Porque el “monte” en cuestión es un símbolo, un lugar sagrado, un templo, el cielo…

Por una parte están esos personajes para ser testigos de la “intimidad” de Jesús, el Hijo de Dios, pero en su necesidad más humana… Jesús, no es un impostor que habla del Reino a los hombres sin autoridad. Moisés y Elías testifican que no es así… si “conversan” con él es porque ellos le conceden a Jesús el “testigo” definitivo de la revelación. Pero este no es solamente un nuevo Moisés o un nuevo Elías… es el Hijo, como hace notar la voz celeste: escuchadlo!

¿Qué significa la transfiguración? La transformación luminosa de Jesús delante de sus discípulos, ya camino de Jerusalén y de la pasión, es como un respiro que se concede Jesús para ponerse en comunicación con lo más profundo de su ser y de su obediencia a Dios. Pero los hombres están abajo, en la tierra, y se les invita a bajar, como una especie de vocación; deben acompañar a Jesús, recorrer con él el camino de Jerusalén, porque un día ellos deben anunciar la salvación a todos los hombres. Jesús decide bajar de ese monte y pide a los suyos que le acompañen. Viene de “arriba” con la confianza absoluta de que su Dios lo ama… y ama a los hombres.

Segundo Domingo: Lectura del santo evangelio según san Juan 4, 5-42

El evangelio, de san Juan nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo su significado y profundidad. Jesús pasa por territorio de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber. En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide.  Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

Tercer Domingo: Lectura del santo evangelio según san Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

El evangelio de hoy es un signo y un diálogo, en polémica con los judíos, y nos presenta a Jesús como revelador de Dios que va destruyendo muchas cosas y concepciones que se tenían sobre Dios, sobre la vida, sobre la enfermedad, sobre el pecado y sobre la muerte. Juan enfrenta al hombre ciego de nacimiento con los fariseos, que son los que deciden sobre las cuestiones religiosas cuando se escribe esta obra. El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Se dice, con razón, que este relato es una especie de catequesis para los que habían de ser bautizados, en un proceso que les debía enseñar cómo el recibir y vivir la luz de la fe les llevaría necesariamente a enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a Jesucristo. El hombre ciego, que llega a ver, que al principio no sabe quién es Jesús, poco a poco va descubriendo lo que Jesús le ha dado, y lo que los fariseos le quieren arrebatar. Así es el centro de la polémica: este pobre hombre que ha venido ciego al mundo tiene que elegir entre una religión de vida, de luz, de felicidad, o una religión de muerte, la que le proponen los «fariseos» .  La actualización, sin embargo, de este tema, nos muestra que mientras la religión no sea humana, comprensiva, iluminadora, misericordiosa, entrañable y restauradora, no tiene futuro en la humanidad. Y eso es lo que ha venido a traer Jesús al corazón de la religión de su pueblo.

Cuarto Domingo: Lectura del santo evangelio según san Juan 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45

No es tanto la resurrección de Lázaro lo que interesa, sino el misterio de la muerte y de la vida que tiene su fuente en la misma persona de Jesús. Se trata de lo que los hombres buscan, y de lo que Dios ofrece. Y es que Jesús no es para nosotros una figura histórica que existió en un tiempo, sino que sigue existiendo y está presente en nuestras vidas, aunque nuestra mediocridad no lo experimente a veces. Este capítulo lo debemos ver como una enseñanza poderosa sobre la muerte y la resurrección de Jesús que se prolonga en los cristianos. Si nos fijamos bien, no se nos quiere relatar solamente la tradición del hecho de la resurrección de Lázaro, que se trata de una simple reviviscencia (una vuelta a la vida), sino aprovechar esta coyuntura para ahondar en lo que Jesús significa para la fe cristiana y muy concretamente ante el misterio de la muerte. El relato se nos presenta, por una parte, bastante humano, y por lo mismo lleno de significaciones. Lázaro está enfermo. Es hermano de dos mujeres amigas de Jesús. Jesús se entera de que está enfermo su amigo. Pero Jesús no se mueve -no lo hace moverse el evangelista, intencionadamente-, sino que se retarda para que de tiempo, precisamente, a que muera. Y es que las pretensiones eran mostrar cómo Dios considera la muerte física. Si se hubiera querido mostrar el poder solamente, Jesús hubiera marchado enseguida para curar a Lázaro. Pero Jesús quiere enfrentarse con la muerte tal como es, y tal como la consideran los hombres: una tragedia. La muerte, pues, tiene un doble sentido: a) la muerte física, que no le preocupa a Jesús y, por lo mismo, se retrasa su llegada, para ver la serenidad con que Jesús la afronta, ya que entiende que la muerte viene a ser el encuentro profundo con el Dios de los vivos; b) la muerte como misterio, de la que Jesús libera, y en esto se va a centrar el relato en su enseñanza para nosotros. Esta resurrección de Lázaro, no obstante, no tiene sentido más que a la luz de la misma resurrección de Jesús. Así lo quiere presentar el evangelista. Se está preparando la muerte de Jesús por parte de los fariseos. Muchos se han convertido. Y esto hace temblar a los responsables de la religión. Deciden darle muerte, cosa que se ha ido preparado en todo el evangelio. Por eso este relato es el simbolismo mismo de lo que va a suceder con el Jesús hombre; que Dios no lo abandonará a la muerte, sino que lo resucitará. Se hacía necesario que Jesús marchara a su propia muerte para hacernos comprender que tras la muerte se encuentra la definitiva vida de Dios. Y esta vida de Jesús que se comunicará a todos los que creen es la que se simboliza en todo el relato. Jesús está haciendo una donación del don de la vida que él anuncia: «yo soy la resurrección y la vida» (11,25). Con ello se logra preparar a los fieles para que entiendan, desde ya, que la muerte física no puede destruir al hombre. Que la Cruz (donde va a morir Jesús) viene a ser el comienzo de la vida, por la acción verdaderamente resucitadora de Dios.

Un fraternal saludo en el Señor.

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